En pleno siglo XXI, la moda sigue siendo un espejo que refleja sólo algunos cuerpos y deja a otros fuera del encuadre.
Por Gabriela Guerrero Marthineitz
Mujeres que no encuentran su talle, personas con discapacidad que no pueden acceder a prendas de colección, marcas que diseñan sin empatía.
La paradoja de una industria que habla de inclusión, pero sigue fabricando exclusión.
La moda es un sistema de representación social.
Lo que se ve, se valida; lo que no se ve, se excluye.
Y todavía hoy, en pleno siglo XXI, hay millones de personas con discapacidad, con sobrepeso, con otra altura, con otro calce, que no encuentran ropa que las vista, ni una industria que las contemple.
La estética como forma de inclusión o exclusión.
¿Por qué la industria decide qué cuerpos son “mostrables”?
Esta columna nace de hablar con muchas mujeres, de todas las edades, que no encuentran su talle.
Mejor dicho: que no encuentran un talle real.
Con los zapatos pasa lo mismo. Mujeres que calzan más de 40 y no consiguen nada sienten que la industria del calzado las abandonó.
Y si hay que hacer algo a medida, hay que donar un riñón para pagarlo.
Hay diseñadores y marcas que te hacen sentir deforme cuando te probás sus diseños: o te queda chico, o es larguísimo, o no existe tu talle.
Y lo más curioso es que tampoco se habla del otro extremo: las mujeres que necesitan talles extrapequeños y también se acomplejan porque no consiguen.
La ausencia de empatía en el diseño.
Si el diseño no parte del cuerpo real, ¿a quién viste?
Las mujeres con cuerpos de modelos extremadamente flacas no representan a la mujer real. O, mejor dicho, no representan a las mujeres latinas.
Hasta las líneas de cosmética capilar de una gran firma francesa que tiene marcas desde las más premium hasta las que se venden en el supermercado, no están pensadas para el cabello latino.
Y ni hablar del maquillaje: ¿no te pasa que si tenés la piel morena te cuesta conseguir una base o un buen corrector?
La paradoja del siglo XXI.
Tenemos tecnología de punta, inteligencia artificial, ropa inteligente… y aun así no hay talles para todos.
¿Es incompetencia, desinterés o simplemente falta de empatía?
¿Por qué no se habla más de esto?
¿Por qué las personas con discapacidad no pueden elegir entre prendas de
colección?
La moda como espejo cultural.
Si seguimos vistiendo un solo tipo de cuerpo, seguimos validando un único tipo de belleza.
Y esa idea limitada sigue generando consecuencias graves: bulimia, anorexia, baja autoestima, depresión, ataques de pánico, angustia, estrés… y la lista continúa.
Vestirse no es un acto superficial. Es una forma de decir “estoy acá”.
Y cuando alguien no encuentra su talle, el mensaje que recibe es el contrario: “no pertenecés”.
Por eso este debate no es solo estético: es cultural, es social y también económico.
Una sociedad que no diseña para todos no está pensando en todos.
A veces pienso que el cambio real podría venir desde los diseñadores que ya están intentando romper el molde.
Hay quienes trabajan con maniquíes reales, adaptan moldes, escuchan a sus clientas, piensan antes de producir.
Pero el sistema no los visibiliza, porque vende más rápido la foto perfecta que la historia verdadera.
Quizás el desafío no sea hacer ropa para todos, sino entender que todos tenemos derecho a sentirnos bien vestidos.
En un mundo donde todo se produce en serie, el verdadero lujo es el diseño que piensa, que observa, que incluye.
La prenda que abraza, no que aprieta.
Esa es la que perdura, porque está hecha desde la empatía y no desde la tendencia.
A esto se suma la globalización, el consumo impulsivo y la frustración del cuerpo real frente a un sistema que promete inclusión pero sigue mintiendo.
“Nos venden diversidad desde una pantalla, pero cuando el paquete llega, el cuerpo real no entra en ese molde importado.
Nos dicen que todos podemos vestirnos a la moda, pero en realidad nos están vendiendo un ideal que no existe.”
Hablo de esas tiendas chinas como Temu o Shein, que muestran maravillas en una foto y luego, cuando el paquete llega, la calidad dista mucho de lo que viste.
Los talles no coinciden, las terminaciones son precarias, y lo vemos a diario en los famosos unboxings de las redes sociales: compran veinte prendas y la mitad decepciona.
Y eso sin contar el perjuicio para nuestra industria.
El impacto económico y simbólico:
Económico, porque el dinero se va al exterior y precariza el trabajo local.
Simbólico, porque esa ropa que no calza bien nos recuerda que la moda global no nos mira, ni nos piensa.
“Nada más cruel que una prenda que promete pertenecer y termina señalando la diferencia.”
Quizás la moda del futuro no necesite pasarelas, sino empatía.
Que los diseñadores bajen del pedestal y vuelvan a mirar el cuerpo como punto de partida, no como obstáculo.
Que el espejo deje de ser un enemigo y vuelva a ser un lugar de reconocimiento.
“La verdadera revolución de la moda no será estética, será humana.
El día que vestir no signifique adaptarse a un molde, sino poder ser quien uno es, ese día la moda será realmente contemporánea.
Y ese es el verdadero lujo silencioso: el que incluye a todos y no se olvida de nadie.”
A vos, te pasó?
Hasta la próxima.
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