La mentira del brillo: Cuando piezas en acrílico, cobre o níquel pretenden ser joyas, pueden ser “obras de arte”, un objeto de diseño, pero joyas, jamás!
Por Gabriela Guerrero Marthineitz
Vivimos una época en la que todo se nombra con una liviandad peligrosa.
En Instagram aparece un aro de acrílico y alguien lo presenta como “joya”.
Una gargantilla de plástico se anuncia como “joyería”.
Un anillo de cobre o de resina se describe como si fuera una pieza de museo.
No es casualidad: es un síntoma.
La estética digital, la ansiedad por destacar y la necesidad de vender rápido están vaciando de sentido oficios que llevan siglos construyéndose.
Y uno de los más afectados es la joyería.
No hablo de gusto personal, ni de clasismo, ni de “qué es más lindo” o “qué está de moda”, hablo de precisión técnica, de materiales, de tradición y de honestidad con el público, porque una cosa es un accesorio de moda —que puede ser encantador, divertido, creativo— y otra muy distinta es una joya.
Confundirlas perjudica a todos: al consumidor, al joyero, a la cultura del oficio y al lenguaje.
¿Qué es realmente una joya?
Según la RAE, una joya, en términos estrictos, es una pieza realizada con materiales nobles y técnicas de orfebrería.
No es una metáfora ni un elogio poético: es una definición profesional.
Para que una pieza sea considerada joya, debe estar elaborada en:
• Oro 18 kilates
• Platino
• En algunos casos, plata de ley (pero esto pertenece más a joyería que a
alta joyería)
• Piedras preciosas: diamantes (brillantes), rubíes, zafiros y esmeraldas
• Piedras semipreciosas cuidadosamente seleccionadas
Y, sobre todo, debe estar hecha por un orfebre: un artesano formado durante años, capaz de engastar, calibrar, pulir, soldar y dar vida a materiales que no admiten improvisación.
¿Qué NO es una joya?
Una pieza hecha con acrílico, plástico, resina, goma, cobre, aluminio, metales bañados o aleaciones industriales no es una joya.
Podrá ser un accesorio, un objeto de diseño, una pieza experimental o un complemento divertido.
Todo eso es válido y respetable, pero no entra en la categoría de joyería.
Y no es una cuestión de “snobismo”: es una cuestión de exactitud.
Llamar joya a lo que no lo es banaliza un oficio milenario y confunde al consumidor, que cree estar comprando un tipo de valor cuando en realidad está adquiriendo otro muy distinto.
Alta joyería: la cúspide del oficio
La alta joyería —la verdadera— es un mundo aparte.
Es la excelencia técnica y estética llevada a su máxima expresión.
Casas como: Van Cleef & Arpels, Cartier, Harry Winston, Bvlgari, Boucheron o Chaumet, no construyeron su prestigio subiendo videos a Instagram.
Lo hicieron trabajando durante más de un siglo con precisión microscópica, seleccionando gemas de calidad excepcional y desarrollando técnicas de engaste que todavía hoy son estudiadas en escuelas de joyería.
Hablar de alta joyería es hablar de piezas que tardan semanas o meses en realizarse, piezas que, a diferencia del plástico, tienen valor intrínseco, durabilidad, rareza y un oficio detrás.
El problema de llamar “joya” a cualquier cosa
Cuando una influencer toma un aro, anillo o cadena de acrílico y lo presenta como “joyería”, no solo engaña a su audiencia: contribuye a un proceso de empobrecimiento cultural.
Es el mismo mecanismo por el cual hoy cualquier cartera es “de lujo”, cualquier perfume es “exclusivo” y cualquier objeto es “premium”.
Las palabras pierden seriedad.
Las categorías se confunden.
El consumidor se desorienta.
Y en ese ruido, los oficios de verdad (los que requieren años de estudio, precisión y paciencia) se vuelven invisibles.
La diferencia no es estética: es estructural
Una pieza de acrílico puede ser bellísima.
Un aro de cobre puede ser moderno.
Un collar de plástico puede ser audaz y una obra de diseño.
Eso no está en discusión.
Pero una joya tiene otro propósito: trascender.
Está pensada para durar generaciones, para tener un valor que no depende de la moda, para conservar belleza incluso cuando la tendencia cambia.
Los materiales nobles no son nobles por casualidad: lo son porque resisten el paso del tiempo, porque no se oxidan, porque no se deforman y porque pueden volver a pulirse, engastarse, reconstruirse.
El plástico, el acrílico y la resina no tienen ninguna de esas cualidades.
El uso real: cómo se visten las celebrities que de verdad entienden de imagen
Este respeto por la joyería no es solo teoría: se ve en la práctica real de quienes viven de su imagen pública.
Las celebrities que trabajan con estilistas profesionales —como Mariana Fabbiani, Karina Mazzocco y muchas más— siguen al pie de la letra la consigna que los diseñadores les transmiten: usar joyas de verdad. (te comparto las fotos)
¿El motivo?
Porque un vestido de alta costura, un outfit de gala o una presentación importante no se completa con acrílico, plástico o resina, se completa con oro, con platino, con brillantes, con piedras preciosas que acompañan la calidad del look.
Aquí hago una aclaración, podes acompañar un outfit de gala con piezas de alta bijouterie que tengan diseño y que se complementen con el estilo, hay piezas con cristales que lucen maravillosamente bien para una gala pero distan mucho del acrílico o del plástico, llevan diseño, metales que representan el oro en todos sus colores, cristales que iluminan y se asemejan a las piedras preciosas.
El acrílico y demás materiales, guardalos para complementar un look de día.
Quienes saben de vestuario y estilismo entienden algo fundamental:
Una joya no solo decora.
Una joya eleva.
Aporta luz.
Ordena el conjunto.
Transmite un mensaje de presencia y jerarquía.
Es comunicación visual.
Y las figuras públicas que manejan bien su imagen jamás reemplazan joyería por obras de diseño en acrílico o resina, cuando la ocasión importa.
El punto de fondo
El problema no es que existan accesorios de acrílico o plástico: el diseño experimental tiene un valor enorme y aporta diversidad estética.
El problema es confundir categorías, borrar límites y usar términos que no corresponden.
Decir “joya” cuando se habla de plástico es lo mismo que llamar “haute couture” a un vestido producido en serie.
Parece halagador, pero degrada el verdadero trabajo artesanal.
No todo tiene que ser joya.
Pero lo que sí es joya merece ser reconocido como tal.
Defender el vocabulario es defender el oficio!
La precisión no es una obsesión; es una forma de respeto:
por el consumidor,
por el artesano,
por la historia del oficio,
por las casas que sostienen esta tradición
y por la cultura visual que estamos construyendo.
En un mundo que tiende a simplificar y mezclar, vale la pena volver a nombrar las cosas como lo que son.
No porque importe “el precio”,
sino porque importa el valor.
Y nada, absolutamente nada, hecho en plástico, acrílico, resina o cobre puede compararse con una joya verdadera.
Que no te vendan gato por liebre, como decía mi abuela.
Hasta la próxima!
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