Franco Colapinto estaba listo. El casco brillando, los guantes puestos, las ganas al palo. Era su sexta participación en Fórmula 1 y el escenario no podía ser mejor: Silverstone, cuna del automovilismo. Pero el Alpine decidió ponerle suspenso a todo y… no arrancó. Sí, literal: el auto no encendió en boxes y el argentino se quedó sin correr ni una vuelta. Ni el motor ni el destino lo ayudaron.

Todo había empezado torcido desde el sábado, cuando Franco pisó de más el piano en la clasificación, metió trompo y quedó último en la Q1. Alpine, en modo taller de barrio que trabaja feriados, le cambió el motor con la esperanza de una remontada. Pero por reglamento, eso lo mandó directo al fondo: largaba desde el pit lane. O eso creíamos. Porque al momento de encender la ilusión… el Alpine dijo “mejor no”.

Desde el box, la imagen fue digna de meme: Colapinto empujando una silla, cruzado de brazos, mirando la pantalla como quien espera el delivery que nunca llega. El equipo intentó arrancar el auto, pero ni con manija ni con triple embrague: chau carrera.

El viernes había ilusionado a todos con una gran FP1: terminó 16º, por delante de Gasly. El comentario era unánime: “el pibe está”. Pero la Fórmula 1 tiene esas cosas: un día te subís con fe, y al otro el auto se transforma en un mueble caro.

Mientras tanto, la carrera sí arrancó para los demás. Lando Norris se llevó la victoria con una soltura envidiable, Oscar Piastri lo escoltó y Nico Hülkenberg, sí, ese mismo que lleva más carreras que un remisero de zona sur, se subió al podio.

Colapinto no sumó ni puntos ni vueltas, pero sí frustración. La buena: ya demostró que puede. La mala: tiene que esperar que el Alpine tenga más ganas de correr que de hacerle bullying. El sueño argentino en la F1 sigue vivo, aunque hoy se haya quedado en punto muerto.